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.Los labios de Saladino se distendieron en una amplia sonrisa.-Entonces, Simon de Cre~y., ¿o debería decir, Simon de SaintAmand?, hijo de un hombre por quien también sentí gran respeto yhonor., si vos decidís quedaros, sea que os convirtáis al islamismo ono, el servidor Belami hará lo mismo.De nuevo el veterano asintió.Saladino se acercó a Simon y le puso las manos sobre los anchoshombros.-Mi joven guerrero y amigo, si deseara adoptar la fe del islam,no pondria obstáculo alguno para que os casarais con una dama musul-mana.-Hizo una pausa elocuente-.Aun con un miembro de mipropia familia.Simon se sonrojó.Saladino le abrazó.-De vos depende, pues, que optéis entre vuestro amor al sabery el amor de una mujer, y vuestro deber para convertiros de nuevo enmi declarado enemigo.La mente de Simon era un torbellino.El sultán advirtió su con-fusión.-Naturalmente, no tenéis que tomar la decisión en este preci-so momento.Venid a yerme esta noche, solo o ambos, como queráis.Como muestra de lo mucho que confio en vosotros y de lo muchoque os respeto, podéis venir armados y dormir en la habitación con-tigua a la mía.Los templarios se miraron el uno al otro, saludaron e hicieron laformal obeisance a Saladino y abandonaron la sala.De vuelta en sus aposentos, Belami dijo:-He aquí el hombre más notable que haya conocido nunca.Comparándole con nuestro Gran Maestro, el maldito Gerard de280281Ridefort, dudo de la validez de mi juramento como templario.Sinembargo, una vez tomado, ese juramento sólo se puede revocarmediante una resolución formal del propio Gran Maestro, sea quienfuere.»Pero, Simon, también formulé el juramento sagrado de prote-gerte, querido ahijado, y si decides quedarte, debo hacer honor a esesagrado juramento sobre todo lo demás., pues le di mi palabra dehonor a mi reverenciado Gran Maestro Odó de Saint Amand.-¡Pobre Belami! -dijo Simon-.Parece que llevas las de per-der por ambas partes.-Mejor di, Simon, que llevo las de ganar por ambas partes.Mientras tenga clara la conciencia, estoy tranquilo.Tú decides,querido ahijado.-Amo a Sitt-es-Sham y sé que ella también me ama.Ahora séque si me convirtiese al islamismo, Saladino me aceptaría como sucuñado.»Asimismo, amo el saber, y aquí, en la Tierra Santa del islam, seencuentra el centro de la gnosis, la Fuente del Conocimiento.Belami se inclmó hacia adelante, con una expresión llena de com-pasión.Conocía la lucha que se estaba librando en la mente de su ahi-jado.-No obstante -siguió Simon-, mi padre quería que fuese uncaballero templario y, como servidor templario, he formulado el votode alianza a la Orden.Por lo tanto, no tengo más opción que regre-sar al cuartel general de la Orden en Acre.149Belami se tranquilizó.-Sabia que dirías eso, Simon.Eres sin duda hijo de tu padre.-El veterano le cogió por los hombros-.Ve y mantén una discu-sión erudita con Saladino.Será mejor que no te acompañe.-La son-risa del viejo soldado se tomó más amplia-.Además, si debemosregresar a Acre, debo gozar de las bellezas de Damasco todo cuan-to pueda.Belami volvió a disfrutar de las delicias de sus houris y, esa noche,Simon se presentó en los aposentos reales de Saladino.El sultán estaba en su mejor forma.Comentaron sus respecti-vas actitudes con respecto al gnosticismo hasta bien entrada la noche.Como ambos eran sabios por naturaleza, a pesar de ser guerrerOS~sus opiniones las vertían y las recibían con honrada humildad y equi-valente respeto.Había poco desacuerdo entre ellos, pues ambosseguían el mismo camino amplio.La única diferencia residía en supersonal enfoque al gnosticismo.Saladino se servia del Corán comopalabra de Dios; Simon, de la Santa Biblia.Los dos profetas a quienes seguían habían interpretado la gnosissu manera; sin embargo, los principios básicos eran idénticos.La verdad, la compasión, la piedad y el amor de Dios eran losrequisitos fundamentales para la gran obra de la Divina Alquimia.Un afecto auténtico había nacido entre los dos hombres, el musul-mán y el infiel.Su respeto mutuo acortaba los años de diferencia queexistían entre ambos.Saladino estaba al filo de la cincuentena.El estu-dio y los duros combates habían constituido su carga cotidiana.A pesarde ser fuerte, el cuerpo del líder sarraceno había sufrido el castigo delas fiebres y las tensiones.Ya no era tan resistente como otrora.Durante el tiempo que estuvieron con él, cuando Saladino no sehallaba activamente embarcado en la segunda Jehad, había enseñadoa ambos templarios a jugar al poío o, como le llamaban los sarrace-nos, al mali.Era su deporte favorito, y él, un consagrado jugador.Ellíder sarraceno consideraba el juego como una especie de ajedrez derápidos movimientos.El gran tablero de ajedrez, por cierto, a menudo ocupaba las horasque Saladino tenía libres.Durante las semanas de conversaciones filo-sóficas, Simon gozó confrontando su ingenio con el de su anfitrión,que jugaba utilizando hábiles estrategias.También el servidor veterano manco había dominado el juego depoío, pero él ya había practicado antes aquel juego.Era un placer vercómo el poderoso brazo derecho de Belami metía la pelota entre lospostes del arco con la velocidad de una piedra lanzada con una hon-da.Sin embargo, el servidor mayor no disfrutaba jugando al ajedrez.-Soy hombre de acción inmediata -decía con voz lastimera-.Hay demasiadas maquinaciones y estratagemas para mi gusto.Simon disfrutó inmensamente el tiempo que pasó con Saladino.La última noche que estuvieron juntos, luego de una estimulante dis-cusión sobre los méritos y desmerecimientos de las diferentes razasde caballos, Simon se retiró con renuencia al cuarto contiguo dondetenía su cama.282 283Saladino tenía que madrugar para partir de nuevo en una cam~paña contra Krak des Chevaliers.De ahí que se acostara temprano.Ambos tenían el sueño ligero y dormían con las armas al alcance dela mano.En el exterior de sus respectivas recámaras, los centinelas mon-taban guardia.Poco después de la una, en las perdidas horas de oscu-ridad, cuando el cuerpo recobra las energías que ha gastado duranteel día y no es prudente tomar decisiones, Simon se despertó.Se pusoinstantáneamente alerta
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