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.Adiós, pues.Es hora de volver a las calles.Sally está con Walter en la esquina de Madison y la calle Setenta.No hablan de Oliver St.Ivés.Comprenden instintivamente que Walter ha triunfado y Sally ha fracasado, y que Sally hatriunfado y Walter fracasado.Encuentran otras cosas de que hablar.  Supongo que te veré esta noche  dice Walter. Mmm  dice Sally.¿Quién ha invitado a Walter? ¿Cómo está Richard?  pregunta Walter.Agacha la cabeza torpe, reverentemente,apuntando con la visera de su gorra a las colillas de cigarrillos y los círculos grises dechicle, cuyo envoltorio, hecho una bola, Sally no puede evitar advertir que es de QuarterPounder, una marca que ella nunca ha probado.El semáforo cambia.Cruzan. Muy bien  dice Sally.Bueno.Está bastante enfermo. Aquellos tiempos  dice Walter.Dios, aquellos tiempos.A Sally la invade de nuevo una ola de indignación que se le sube por la barriga y cuyo calorle empaña la vista.Lo inaguantable es la vanidad de Walter.Es saber que cuando dice lascosas correctas y respetuosas  aun cuando, muy posiblemente, sienta esas cosascorrectas y respetuosas está pensando a la vez en lo agradable que es ser elsemifamoso novelista Walter Hardy, amigo de estrellas de cine y de poetas, todavíasaludable y musculoso después de los cuarenta.Sería más cómico si tuviese menosinfluencia en el mundo. Bueno  dice Sally en la esquina, pero antes de que pueda despedirse, Walter se acercaa la vitrina de un comercio y pone la cara a un palmo del cristal. Mira esto  dice.Son preciosas.En el escaparate hay tres camisas de seda, todas ellas expuestas sobre una reproducciónen yeso de una estatua clásica griega.Una es de color melocotón pálido, otra coloresmeralda, la tercera de un azul oscuro, regio.Cada una tiene bordados distintos alrededordel cuello, que en la pechera son de fina plata, como un hilo de araña.Las tres cuelganlíquidas, iridiscentes, sobre el torso magro de las estatuas, y de cada cuello surge unaserena cabeza blanca de labios gruesos, nariz recta y ojos en blanco. Mmm  dice Sally.Sí.Preciosas. Quizá compre una para Evan.Podría estrenar algo hoy.Vamos.Sally vacila y a continuación sigue a Walter dentro de la tienda, a regañadientes, sin poder combatir una inesperada punzada de remordimiento.Sí, Walter es ridículo, pero al mismotiempo que el desdén, Sally parece experimentar una espantosa e inevitable ternura por elpobre imbécil, que se ha pasado unos cuantos años esperando que muera su novio guapoy sin cerebro, su trofeo, y que ahora, de pronto, encara la perspectiva (¿tiene sentimientosencontrados?) de que su amiguito sobreviva.La muerte y la resurrección son siemprefascinantes, piensa Sally, y no parece importar mucho si conciernen al héroe, al villano o alpayaso.Toda la tienda es de arce barnizado y de granito negro.Se las han arreglado de algúnmodo para que huela sutilmente a eucalipto.Las camisas están depositadas sobrelustrosos mostradores negros. Creo que la azul  dice Walter mientras entran.A Evan le sienta bien ese color.Sally deja que Walter hable con el joven y apuesto dependiente, de pelo lacio y brillante.Deambula meditabunda entre las camisas, mira la etiqueta de una de color crema conbotones de nácar.Cuesta cuatrocientos dólares patético, cavila, o heroico comprar unacamisa fabulosa y carísima para un amante que hipotéticamente se está recuperando.¿Esambas cosas?Sally, por su parte, nunca ha desarrollado la maña necesaria para comprar regalos paraClarissa, Incluso al cabo de todos estos años, no sabe con certeza lo que le gustaría.Hatenido aciertos  la bufanda de cachemira de color chocolate, las Navidades pasadas, lacajita antigua y lacada donde ella guarda sus cartas , pero también ha habido el mismonúmero de desaciertos.Hubo el costoso reloj de pulsera de Tiffany's (demasiado formal, alparecer), el suéter amarillo (¿era por el color o por el cuello?), el bolso negro de cuero(inadecuado, imposible decir por qué) [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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