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.Una débil brisa nos traía los olores de las cocinas y las basuras dela ciudad, así como el de la tierra recién removida.Fie lanzó un grito y dejó caer su antorcha, aferrándose a Euricles en busca deprotección.La gallina huyó aleteando de entre su capa y Euricles le dio un bofetón a Fie,preguntándole a gritos qué le ocurría.- ¡Ahí! - exclamó ella, extendiendo un brazo tembloroso.Alcé un poco más mi antorcha, vi lo que ella había visto y me acerqué un poco máspara examinarlo.Una de las tumbas había sido abierta.La tierra había sido apartada formando unmontón sobre el que yacían los restos medio podridos de las coronas.El ataúd estabamedio fuera de la tumba, con la parte superior destrozada a golpes, dejando aldescubierto el cuerpo de una mujer joven cuyas piernas seguían aún dentro de los restosdel féretro.El sudario había sido hecho pedazos, dejándola desnuda salvo por su largacabellera negra.Olía a muerte y me aparté de ella teniendo la sensación de que la habíaconocido antes, aunque era incapaz de saber cuándo o dónde.- ¡Domínate! - le ordenó Euricles a Fie -.No es el momento de que tu seno se ponga abailar.Fie siguió llorando y escondió el rostro en la capa de Euricles.- Algo terrible ha ocurrido aquí - dijo Acetes -.Una profanación.Su mano reposaba sobre el pomo de su espada.- Estoy totalmente de acuerdo - alegó Euricles -.Ha ocurrido algo pero, ¿qué? ¿Quiénlo hizo?Acetes no supo hacer nada salvo sacudir la cabeza, perplejo.Yo le acaricié la mano a Fie y le pregunté si empezaba a encontrarse algo mejor.Unavez que me hubo dicho que sí cogí su antorcha y la prendí de nuevo usando para ello lamía.- Soy nada más que un recién llegado a vuestra ciudad - le dijo Euricles a los otros -,pero le debo agradecimiento a mis anfitriones y veo con claridad cuál es mi deber en estasituación.Debemos descubrir lo sucedido e informar de ello a los arcontes.Tanto mitalento como el entrenamiento que poseo y, por encima de todo, el favor con el que medistinguen los dioses ctónicos, me imponen esa obligación: invocaré al espíritu de estapobre muchacha y por él sabremos quién ha hecho esto y la razón de tal acto.- No puedo.- murmuró Fie.Aunque había hablado en voz muy baja Euricles la había oído y se volvió hacia ella.- ¿Qué quieres decir?- No puedo verlo, no puedo quedarme aquí inmóvil mientras que.mientras que haceseso que vas a hacer.Me voy.- Se apartó de él, mirándole -.¡No intentes detenerme!- No lo intentaré - repuso Euricles -.Créeme si te digo que comprendo muy bien lo quete ocurre y si pudiera yo mismo me encargaría de acompañarte hasta la casa de Kaleos.Por desgracia, estos caballeros.- Se han comprometido en una apuesta que mucho empiezan a lamentar - dijo uno delos capitanes -.Si lo deseas iré contigo, Fie; y en cuanto a la apuesta, uno mi destino alde mi viejo patrón, Hipereides.Si él gana, también yo habré ganado; si pierde, habréperdido.- ¡No! - Fie clavó en él unos ojos tan llenos de odio que por un instante la creí capaz delanzarse sobre su rostro -.¿Piensas acaso que deseo sentir cómo tus sucias manoshurgan bajo mi vestido durante todo el trayecto de vuelta hasta la casa de Kaleos?Giró en redondo y se alejó, su antorcha moviéndose agitadamente de un lado a otromientras se abría paso entre los silenciosos espectadores.Euricles se encogió de hombros.- Me equivoqué permitiendo que nos acompañara una mujer - dijo -.No puedo hacermás que presentarles mis disculpas a los presentes.- Está bien - le apremió Hipereides -, si piensas hacer algo más es mejor que empiecesde prisa.Y se envolvió apretadamente en su capa, como si tuviera frío.Euricles asintió y se volvió hacia mí.- Encárgate de buscar a esa gallina, ¿quieres? No creo que haya llegado muy lejosdado lo oscuro que está todo.A pocos pasos de distancia crecía un pequeño ciprés y la gallina se encontraba entresus ramas.No me fue muy difícil cogerla de nuevo.Cuando me reuní de nuevo con los hombres que estaban esperando junto a la tumbaprofanada, Euricles había sacado de algún sitio un cuchillo, y apenas le entregué lagallina le cortó el cuello con un rápido tajo, pronunciando palabras en un idioma que nopude entender.Por tres veces dio la vuelta a la tumba andando con paso lento y solemnemientras iba esparciendo la sangre de la gallina, y al terminar cada una de las vueltasdecía en voz muy baja la palabra Tigater, la cual supongo debió de ser el nombre de lamuerta.Al dar la tercera vuelta vi cómo ella abría los ojos para observarle y, recordando loque me había dicho Píndaro, me puse en cuclillas y alargué la mano hacia el interior de latumba para tocarla.Y ella se incorporó de golpe, sacando las piernas del ataúd
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