[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.A través de la ventana,desde la calle, nos llegaba un resto amarillento de luz de las farolas, quese dispersaba vagabundo por la habitación.Mares de sombra temblabanaquí y allá, en la oscuridad, y avanzaban hacia nosotras como olasinmensas en las que nos sumergíamos, ahogándonos en vacilantesdimensiones de abandono.El frío de la noche enardecía nuestrosabrazos, los suspiros se estrellaban en el edredón, y ante mí seagrandaban aquellos ojos apenas perceptibles, la nariz que se frotaba conla mía.En medio del silencio nos susurrábamos promesas increíbles,niñerías absurdas, declaraciones tópicas de puro repetidas quereverberaban en múltiples vibraciones, y el tiempo se nos iba en hacer ydeshacer la cama.La hice para ella alguna vez, tras descubrir un juego desábanas que vete a saber tú de quién habría heredado, y le enseñé lo queera un embozo, algo desconocido en aquella tierra tan amiga de losedredones.Opinó que aquello era como un sobre, un sobre diseñadopara guardar tesoros.Yo era un tesoro, supongo, desnuda y pura comoun recién nacido, acogida en la frialdad y la blancura de las sábanas, enun útero de tela, y ella compartía conmigo aquel refugio, patinandohacia mí a través de la llanura de hielo resbaladizo que era la ropa decama que yo había tendido y estirado.Deslizándose en mi búsqueda,chocaba en lo oscuro, de pronto, y yo sentía su piel en contacto con lamía.Brotaban chispas eléctricas.Ella susurraba arrastrando las palabrascon su voz anaranjada y me contaba las cosas que iba a hacer conmigo.Me hacía reír y mis gorjeos rebotaban en la bóveda de lienzo que mecubría entera.Y entonces sentía cómo entraba en mí, un ataque luminosoque alumbraba las sábanas.Buscaba con mi lengua la huella de sulengua, hundida en mis salivas.La huella de su lengua que nuevamenteen ella depositaba, entre sus ingles.Era como si yo tuviera unamicrocámara en las yemas de mis dedos, que me permitiera ver suinterior.Avanzaba, la atravesaba, vadeaba lagos, sorteaba recodos, hastallegar a una pequeña bolita brillante que se dilataba al contacto con layema de mi dedo, y a continuación sentía cómo se expandía toda ella,cómo su túnel se ensanchaba y se contraía, aprisionando a mi dedo y amí misma.Yo estaba en ella, y ella en mí.La amaba porque era distinta,porque no tenía nada que ver conmigo, porque no conseguía entenderla.Todo aquel envoltorio de pliegues y remetidos que había creado yohaciendo la cama, todo aquel aparato cartesiano se desmoronaba encuestión de segundos y todo volvía al amasijo informe que había sidoantes de que yo probase mis cualidades domésticas.Las mantasresbalaban perezosas, caían al suelo desde la cama, y un trozo de sábana34 permanecía enrollado entre sus piernas.Y yo no deseaba plantearme,como no me planteo ahora, las razones de aquella plenitud.Era feliz,pertenecía a aquella cama y a aquel espacio, como pertenecía a la dueñade aquella casa.Y, en aquellos momentos puntuales, no sabía por qué, nilo necesitaba.Pero cada vez que hablaba, y me tocaba, y me rodeaba consus brazos sólidos y presentes, sabía que estaba allí porque debía estarallí, porque aquél era el sitio, la cama, el espacio y el tiempo que mecorrespondían.Cuando no estaba allí seguía estando, cerraba los ojos yvolvía a estar allí.Mi cuerpo, mi parte física, todo lo que en mí haya deirracional e incomprensible, todo lo que no se plantea razones ni futuros,ni compromisos, era suyo, a ella volvía en sueño y en vigilia, en un lugarintangible y supuestamente irreal, en un espacio y un tiempo noencuadrables en coordenadas; en mi cabeza, en lo más profundo de mipersona.Viajaba de mí a mí misma, hacia dentro, y la encontraba.Aquella parte de mí era suya, le pertenecía.Ella era un regalo entregadoen un envoltorio de sábanas y mantas, así fue desenvuelta.Yo podíautilizarla o relegarla, aparcarla quizás en un cajón, olvidarla comoolvidan los niños sus juguetes, y no por eso dejaba de ser mía, pues fueun regalo concebido especialmente para mí, y como suele suceder con losregalos, no podía devolverla.No en aquel momento.Llevo ya cinco días en Madrid y tengo que reconocer que no hehecho gran cosa.He deshecho mis maletas, he puesto tres coladas, hecolgado mi ropa en el tendedero y, ya seca, la he planchado y la hedoblado y la he ido disponiendo  pantalones, camisetas, chaquetas ycamisas en las perchas que aleteaban como palomitas en mi armariovacío; y ahora mi ropa, suspendida floja en la oscuridad de la madera,construye sucesivos fantasmas de mí.He escuchado interminables peroratas de mi madre sobre miaspecto y sobre la necesidad de que compre faldas y me deje crecer elpelo, y sobre las revisiones médicas de mi padre, y sobre todas las hijasde todas sus amigas que se han casado felizmente.Recita nombres queno me dicen nada y que finjo reconocer por seguirle la corriente.Mientras ella sigue disertando sobre lo ideaaal que estaba menganita decual el día de su boda, y sobre el traje de seda salvaje diseñado por MarilíColl tan ideaaal que llevaba, yo intento abstraerme y no dejar que sucháchara me enrede, no ceder a la tentación de sentirme de nuevo feúchay poca cosa, y fracasada, como me siento siempre que ella me habla deesas cosas filtrando a través de sus palabras el sentimiento de desencantoque sufre cuando me ve.Y he comprobado, no sé si decepcionada oaliviada, que la noto más feliz, que mi ausencia le ha sentado bien.35 Pasan los días en Madrid y no me acostumbro.No me quedanamigos en Madrid.Ni uno solo.Nadie a quien llamar en una ciudaderizada de seis millones de personas.Doy largos paseos, leo, escribo aratos.Poco más.La soledad no es mala, me repito.La soledad me haconcedido el regalo de aprender a tomar decisiones sobre cosas que meafectan, de aprender a analizar mis actos y a diseccionar las razones quelos mueven con la aséptica precisión de un forense [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • elanor-witch.opx.pl
  •