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.Suspendióles la blancura ybelleza de los pies, pareciéndoles que no estaban hechos a pisar terrones, ni aandar tras el arado y los bueyes, como mostraba el hábito de su dueño; y así,viendo que no habían sido sentidos, el cura, que iba delante, hizo señas a losotros dos que se agazapasen o escondiesen detrás de unos pedazos de peña que135 allí había, y así lo hicieron todos, mirando con atención lo que el mozo hacía;el cual traía puesto un capotillo pardo de dos haldas, muy ceñido al cuerpo conuna toalla blanca.Traía, ansimesmo, unos calzones y polainas de paño pardo, yen la cabeza una montera parda.Tenía las polainas levantadas hasta la mitad dela pierna, que, sin duda alguna, de blanco alabastro parecía.Acabóse de lavarlos hermosos pies, y luego, con un paño de tocar, que sacó debajo de la montera,se los limpió; y, al querer quitársele, alzó el rostro, y tuvieron lugar los quemirándole estaban de ver una hermosura incomparable; tal, que Cardenio dijo alcura, con voz baja:-Ésta, ya que no es Luscinda, no es persona humana, sino divina.El mozo se quitó la montera, y, sacudiendo la cabeza a una y a otra parte, secomenzaron a descoger y desparcir unos cabellos, que pudieran los del soltenerles envidia.Con esto conocieron que el que parecía labrador era mujer, ydelicada, y aun la más hermosa que hasta entonces los ojos de los dos habíanvisto, y aun los de Cardenio, si no hubieran mirado y conocido a Luscinda; quedespués afirmó que sola la belleza de Luscinda podía contender con aquélla.Losluengos y rubios cabellos no sólo le cubrieron las espaldas, mas toda en tornola escondieron debajo de ellos; que si no eran los pies, ninguna otra cosa de sucuerpo se parecía: tales y tantos eran.En esto, les sirvió de peine unas manos,que si los pies en el agua habían parecido pedazos de cristal, las manos en loscabellos semejaban pedazos de apretada nieve; todo lo cual, en más admiración yen más deseo de saber quién era ponía a los tres que la miraban.Por esto determinaron de mostrarse, y, al movimiento que hicieron de ponerse enpie, la hermosa moza alzó la cabeza, y, apartándose los cabellos de delante delos ojos con entrambas manos, miró los que el ruido hacían; y apenas los hubovisto, cuando se levantó en pie, y, sin aguardar a calzarse ni a recoger loscabellos, asió con mucha presteza un bulto, como de ropa, que junto a sí tenía,y quiso ponerse en huida, llena de turbación y sobresalto; mas no hubo dado seispasos cuando, no pudiendo sufrir los delicados pies la aspereza de las piedras,dio consigo en el suelo.Lo cual visto por los tres, salieron a ella, y el curafue el primero que le dijo:-Deteneos, señora, quienquiera que seáis, que los que aquí veis sólo tienenintención de serviros.No hay para qué os pongáis en tan impertinente huida,porque ni vuestros pies lo podrán sufrir ni nosotros consentir.A todo esto,ella no respondía palabra, atónita y confusa.Llegaron, pues, a ella, y,asiéndola por la mano el cura, prosiguió diciendo:-Lo que vuestro traje, señora, nos niega, vuestros cabellos nos descubren:señales claras que no deben de ser de poco momento las causas que han disfrazadovuestra belleza en hábito tan indigno, y traídola a tanta soledad como es ésta,en la cual ha sido ventura el hallaros, si no para dar remedio a vuestros males,a lo menos para darles consejo, pues ningún mal puede fatigar tanto, ni llegartan al estremo de serlo, mientras no acaba la vida, que rehúya de no escucharsiquiera el consejo que con buena intención se le da al que lo padece.Así que,señora mía, o señor mío, o lo que vos quisierdes ser, perded el sobresalto quenuestra vista os ha causado y contadnos vuestra buena o mala suerte; que ennosotros juntos, o en cada uno, hallaréis quien os ayude a sentir vuestrasdesgracias.En tanto que el cura decía estas razones, estaba la disfrazada moza comoembelesada, mirándolos a todos, sin mover labio ni decir palabra alguna: bienasí como rústico aldeano que de improviso se le muestran cosas raras y dél jamásvistas.Mas, volviendo el cura a decirle otras razones al mesmo efetoencaminadas, dando ella un profundo suspiro, rompió el silencio y dijo:-Pues que la soledad destas sierras no ha sido parte para encubrirme, ni lasoltura de mis descompuestos cabellos no ha permitido que sea mentirosa milengua, en balde sería fingir yo de nuevo ahora lo que, si se me creyese, seríamás por cortesía que por otra razón alguna.Presupuesto esto, digo, señores, queos agradezco el ofrecimiento que me habéis hecho, el cual me ha puesto en136 obligación de satisfaceros en todo lo que me habéis pedido, puesto que temo quela relación que os hiciere de mis desdichas os ha de causar, al par de lacompasión, la pesadumbre, porque no habéis de hallar remedio para remediarlas niconsuelo para entretenerlas.Pero, con todo esto, porque no ande vacilando mihonra en vuestras intenciones, habiéndome ya conocido por mujer y viéndome moza,sola y en este traje, cosas todas juntas, y cada una por sí, que pueden echarpor tierra cualquier honesto crédito, os habré de decir lo que quisiera callarsi pudiera.Todo esto dijo sin parar la que tan hermosa mujer parecía, con tan sueltalengua, con voz tan suave, que no menos les admiró su discreción que suhermosura.Y, tornándole a hacer nuevos ofrecimientos y nuevos ruegos para quelo prometido cumpliese, ella, sin hacerse más de rogar, calzándose con todahonestidad y recogiendo sus cabellos, se acomodó en el asiento de una piedra, y,puestos los tres alrededor della, haciéndose fuerza por detener algunas lágrimasque a los ojos se le venían, con voz reposada y clara, comenzó la historia de suvida desta manera:-«En esta Andalucía hay un lugar de quien toma título un duque, que le hace unode los que llaman grandes en España.Éste tiene dos hijos: el mayor, heredero desu estado, y, al parecer, de sus buenas costumbres; y el menor, no sé yo de quésea heredero, sino de las traiciones de Vellido y de los embustes de Galalón.Deste señor son vasallos mis padres, humildes en linaje, pero tan ricos que silos bienes de su naturaleza igualaran a los de su fortuna, ni ellos tuvieran másque desear ni yo temiera verme en la desdicha en que me veo; porque quizá nacemi poca ventura de la que no tuvieron ellos en no haber nacido ilustres.Bien esverdad que no son tan bajos que puedan afrentarse de su estado, ni tan altos quea mí me quiten la imaginación que tengo de que de su humildad viene midesgracia.Ellos, en fin, son labradores, gente llana, sin mezcla de alguna razamal sonante, y, como suele decirse, cristianos viejos ranciosos; pero tan ricosque su riqueza y magnífico trato les va poco a poco adquiriendo nombre dehidalgos, y aun de caballeros [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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